Flotabas en la tarde, iluminada de sol.
Iluminada de inocencias, reías.
Manchada de premura, te movías.
Cargada de ambición, mirabas.
Esa tarde en que te vi
alzando sueños de los cordones de las veredas,
de los tachos de basura,
de la suela de los zapatos.
Ibas cual banquero
comprando amores viejos,
almas hipotecadas
corazones en desuso.
Vendías en cambio,
Todo dejo de cordura
del que eras legataria.
Y ahí te vi.
Y ahí estaba yo.
Con mis penachos enardecidos de furia existencial.
Te vi mover, palpé tu irrealidad, me codié con tu ternura
y saborié en mis labios
el salado bálsamo de tu piel.
¡Maldita sea esa tarde!
En la que me choqué con tu mirada,
sin quererlo
sin buscarlo
sin saber siquiera que tus ojos de cielo
encenderían las llamas de mi amor dormido
aletargado de sueños.
Eras bella.
La luna se sentía humillada en tu presencia.
Las rosas palidecían de envidia frente a ti.
Eras pura.
Como las alas de los querubines.
Y eras...
Por entonces, mía.